jueves, 12 de septiembre de 2013

1. Memorias de un corazón roto.





          Me dejé caer sobre aquel sofá, era de terciopelo negro, nunca había visto ninguno como aquel, era precioso. Le daba un pequeño toque de elegancia a aquella sala del ayuntamiento. La sala no era ni grande, se podría decir que bien podría haber resultado útil como un almacén para todos los documentos que deben ser guardados pero que al cabo de un tiempo todos olvidan. Esos documentos que acumulan polvo sin importarles a nadie. Pero no, aquella sala no era un almacén, era un despacho. El despacho de la asistenta de atención a menores, me iba a hablar sobre mi situación y me expondría las opciones que tenía.

          No necesitaba que aquella mujer me explicara mi situación, yo ya la conocía perfectamente, estaba completamente sola, mis padres acababan de morir y el resto de mi familia no quería hacerse cargo de mí. No comprendo, aún a día de hoy, porque mis tíos y mis abuelos paternos me odiaban tanto, yo nunca les hice nada malo, casi no nos habíamos visto en mis dieciseis años de vida. Quizás fuera eso, quizás pensaran que yo no quería verles, intenté autocombencerme de que era aquello, que me culpaban. Prefería pensar que ellos sí querían verme pero que no creían que yo quisiera verles a ellos. Aunque sabía que era mentira, era un error autocombencerme, pero aún así, lo hice.

          Mis padres acababan de morir hacía dos semanas, no me dijeron la causa de la muerte, dijeron que había habido un accidente pero el forense no creía que el impacto del accidente hubiera sido mortal, así que, empezaron a analizar los cadáveres más a fondo, yo no comprendía ese empecinamiento con examinar más aún los cuerpos, estaban muertos por algo que sucedió en ese accidente, algo completamente natural, que dejaran en paz sus cadáveres. Saber que los estaban abriendo en canal y sacándole los órganos para examinarlos me rompía el alma. Todo mi mundo se había desmoronado aquel año, me enamoré por primera vez y me dejó para largarse con otra que era mucho mejor que yo y me deprimió mucho. Perdí a muchos amigos míos porque una chica popular les dijo a todos que nadie hablase conmigo, no sé porqué pero todos le hicieron caso y me quedé completamente sola. Vivía a la sombra de todo lo que en su momento había amado.

          Un portazo me sacó de mis pensamientos, la asistenta social acababa de entrar. Se sentó en su mesa, observándome, no dijo nada, simplemente me sostuvo la mirada hasta que tuve que apartarla. Esa mujer me ponía extrañamente nerviosa, había algo en ella que no soportaba, la odiaba, sin siquiera conocerla. Me miró fijamente un rato más, aunque aquella vez yo ya no le devolví la mirada.

           -¿Cómo estás? -dijo amablemente.
           -No sé -mi voz me sonó extraña, ronca, llevaba bastantes días sin oírla y se me hizo extraña durante un corto momento, como si esa no fuese mi voz.- Pero gracias por su interés, señora Johnson.
           -No debes agradecer nada, Catherine. Sabes que estoy aquí para ayudarte, porque quiero lo mejor para ti en esta situación tan terrible.
           -Ah -la miré fijamente sin dar crédito a nada de lo que decía-, no finja que le importa lo más mínimo lo que me pase o mi situación, porque no es verdad.
           -Claro que me importas, Cath -sonrió abiertamente con una sonrisa de vendedor ambulante. Una de esas sonrisas falsas muy practicadas.
           -No me llame Cath, se lo prohibo, usted y yo no somos amigas, por mucho que intente que me lo crea, porque no lo hago. Deje de hacerse la tonta y explíqueme que opciones tengo para acabar con esta estúpida reunión de una maldita vez.
          
          Su sonrisa falsa se borró en un abrir y cerrar de ojos y sus labios formaron una fina y recta línea cuando aquella mujer frunció el ceño. La miré fijamente con altanería hasta que se dignase a comenzar a hablar, quería que me confirmara lo que yo ya sabía; que nadie me quería, que estaba sola y que iba a ir de cabeza a un horfanato.
          -Bueno, Catherine, he hablado con tu familia y como ya sabes ninguno quiere hacerse cargo de ti durante los dos años que te quedan hasta cumplir la mayoría de edad. Comprendo perfectamente a tu familia, eres insoportable, nadie querría quedarse contigo -la señora Johnson compuso una sonrisa felina con la que indicaba que la situación la divertía.- Aún así, he intentado ponerme en contacto con la hermana de tu madre, tu tía, Mary-Anne. Por lo que tengo entendido no la conoces, pues ella y tu madre perdieron el contacto hace mucho tiempo. Dice que le interesaría quedarse contigo durante unos días a ver qué tal os va y luego me confirmará si te mudas con ella a Ohio o te quedas aquí -abrí la boca para interrumpir pero la señora Johnson me calló con un movimiento de su mano-. No me interrumpas, no he terminado.
          >>También tienes la opción de  irte a un horfanato, aunque quizás esa no te resulte del todo interesante. La ventaja que tiene que te vayas a un horfanato es que al quedarte aquí, en San Francisco, seguirás en tu mismo instituto y podrás ver a tus amigos pero a fin de cuentas es un horfanato..., ya me entiendes.
          -A ver, espere que me aclare, ¿esa mujer, Mary-Anne, pretende venir aquí, probar cómo es la convivencia conmigo y si le gusto me acoje y sino no? Le recuerdo, que no soy ningún producto que se pueda devolver a los tres días en cuanto uno se cansa de él.
          -Sí, eso mismo, es lo que ella quiere y ya sabes, ella quizás te dé un hogar, un buen hogar. Piensa en lo que podrías ganar durante esos días de convivencia con ella.
          -Yo ya tenía un hogar -dije-. Pero he de admitir que tiene razón, quizás lo mejor sea aceptar su propuesta y comportarme ejemplarmente durante ese tiempo de prueba y cuando me acoja volveré a ser yo misma, quién sabe, a lo mejor Mary-Anne no es tan desagradable -compuse una sonrisa, más abierta y sincera de lo que yo esperaba.
           -Entonces ¿La llamo? -la señora Johnson también sonrió y por primera vez desde que la conocía, su sonrisa resultó real.
           Asentí con la cabeza, no me hacía gracia tener que irme desde California hasta Ohio, pero siempre era mejor que pasar dos años en un horfanato. Me preguntaba porqué Mary-Anne y mi madre perdieron el contacto pero sabía que lo mejor sería no atosigarla a preguntas hasta que me hubiese cojido algo de cariño y confiase en mí.